jueves, 2 de septiembre de 2010

Mientras tanto

Las cosas pasan sin aviso. Todas las cosas.
La muerte, el amor, un encuentro, la lluvia.
No anticipan la llegada, sólo suceden y nos enfrentan a una nueva versión de nosotros mismos. Nos modifican, nos redibujan el presente y cuelgan entre pinzas el futuro.
Y desde el punto cero, desde el meridiano de nuestro desconcierto, tenemos que volver a empezar.
Desparramar la esperanza sobre el tablero y agudizar el ingenio. Vaciar los bolsillos hasta que salgan pelusas. Atrapar el grito donde dobla la garganta y sostener el llanto con una cuchara.
Darnos de baja del mundo por un tiempo. Escondernos del sol y de la fiesta que hay afuera. Embalar lo que nos queda y rematarlo al mejor postor.
Y así, con lo puesto, empezar a andar por el camino del mientras tanto.
Esa es la calle que hoy recorro. La del paisaje incierto pero colorido. La que en cualquier esquina puede regalarme un pasaporte a una emoción nueva que le cambie el nombre a la rutina.
Pero algo empieza a gestarse en un rincón alejado de nuestra vista. Un cambio espiralado que junta fuerzas como un tornado y que, cuando emerge, lo hace dispuesto a arrasar con todo.
En mi propio mientras tanto, me acostumbro al monoambiente y a la adrenalina de ser independiente. A no saber qué pasará mañana, ni en media hora. Disfruto de la espera de un amor, sin desesperar y pongo mi corazón en conserva para ser consumido en un romántico banquete.
Y me alegro de sólo pensar que el mientras tanto es un tiempo de preparación para recibir lo mejor. Es sólo eso: un mientras tanto.
La vida medianamente acomodada se convierte entonces en un completo desorden en el que nos es difícil distinguir la salida. Nos cuesta pensar, y mucho más entender, cómo fue que llegamos hasta ahí, hasta las ruinas mismas de nuestro existir.
Todo lo que teníamos aferrado a nuestro puño se evapora con la misma rapidez que se consume un cigarrillo encendido.